La noche cubría el bosque con un manto espeso, como si la oscuridad misma quisiera tragar cada suspiro, cada aullido.
Pero no era la noche lo que amenazaba… era lo que venía detrás de ella.
Esla corría.
Sus patas rozaban la tierra húmeda con fuerza descomunal. Sus músculos ardían, pero no se detenía. No podía. No debía.
El bosque parecía interminable, pero no importaba. Ella seguiría corriendo hasta desangrarse si eso significaba mantenerse libre.
No iba a dejarse atrapar de nuevo. No iba a permitir que la drogaran, que la enjaularan, que la utilizaran como si fuera un simple recurso, una herramienta al servicio de una manada rota y traicionera.
La Granate no era su manada. Ya no.
Quizás nunca lo fue.
«¡No más!», rugía dentro de sí.
«¡No más cadenas, no más mentiras, no más sacrificios vacíos!»
La voz de Elara sonaba quebrada, apenas un susurro en el rincón de su mente compartida.
—Esla… nos atraparon. No hay salida… no tenemos salvación…
Esla no respondió. No con palabras.
Lo que n