Hester y Eyssa llegaron a la ciudad cuando el cielo ya había adoptado un tono oscuro y amenazante.
Desde el momento en que bajaron del auto, un escalofrío recorrió sus espinas dorsales; el mar rugía con violencia, lanzando olas que golpeaban las rocas cercanas como si quisieran devorar todo a su paso.
La brisa salina traía consigo un aroma a tormenta, húmedo y electrizante, y cada segundo que pasaba parecía más cargado de tensión.
Hester frunció el ceño, sus instintos de príncipe y líder se encendieron como brasas.
—Eyssa… algo raro está pasando —dijo en un murmullo, la voz apenas audible sobre el rugido del viento—. Puedo sentir la fuerza del mar… es como si estuviera enfurecido. Algo no está bien.
Eyssa lo miró, percibiendo la gravedad en sus palabras.
Una inquietud profunda la recorrió. El aire estaba cargado de electricidad, y algo en su interior le gritaba que el peligro no venía solo de la naturaleza, sino de algo que aún no podía comprender del todo.
Hester llamó a sus guardias