Alessander y Narella emprendieron su luna de miel con el corazón rebosante de felicidad.
El aire mismo parecía celebrarlos, los días se abrían luminosos y cálidos, como si la naturaleza supiera que dos almas destinadas habían sellado su unión.
Habían elegido Playa Verde, un lugar rodeado de acantilados y arenas claras donde el mar golpeaba con fuerza, pero también con ternura, igual que su amor.
Caminaron descalzos por la arena húmeda, dejando huellas que las olas iban borrando poco a poco, como si el océano quisiera guardar en secreto su intimidad.
Narella reía, ligera, como una brisa, mientras Alessander la miraba como si contemplara el milagro más grande de su vida.
—Nunca pensé que alguien pudiera ser tan hermoso bajo el sol —le susurró él, atrapándola entre sus brazos.
Ella apoyó la frente en su pecho, escuchando ese latido firme, seguro, que siempre la tranquilizaba.
Se tendieron juntos sobre la arena tibia, abrazados, con la inmensidad azul del cielo sobre ellos.
Fue entonces c