Cuando Jarek finalmente volvió al reino de Rosso, su corazón latía con fuerza.
El camino de regreso había sido largo y colmado de decisiones pesadas. Apenas cruzó las puertas del castillo, su madre lo recibió con la mirada seria, pero suave.
—Elara está en su habitación… está bien, pero agotada. —le informó.
Jarek no esperó más. Subió las escaleras con pasos apurados, como si el aire mismo le quemara los pulmones.
Al llegar, abrió con suavidad la puerta. La penumbra bañaba la habitación con un tono cálido y sereno. Allí, en medio de las sábanas y la fragancia a rosas frescas, estaba ella.
Elara.
Su Luna.
Su todo.
Dormía, o al menos eso parecía. Su vientre ya abultado se elevaba con el ritmo pausado de su respiración.
Jarek se acercó en silencio, arrodillándose al borde de la cama como si adorara una deidad. Cerró los ojos por un segundo y entonces lo sintió.
Ese olor...
Sus cachorros.
El lazo con su sangre, con su alma.
Con temblor reverente, posó la mano sobre el vientre de Elara y s