En el otro extremo de Seattle, Rachel bajaba del Uber media calle antes de la puerta del restaurant en donde había quedado con Chris.
Traía los nervios a flor de piel, y un lazo anudado en la garganta que la apretaba con tensión. No sabía qué esperar de aquella cena, ni siquiera estaba segura de que querer estar ahí, o de aventurarse a entrar.
Caminó un par de pasos y se detuvo a unos cien metros respirando con dificultad, no había tenido nunca relaciones serias y siempre habían sido solo por diversión y con hombres de su propia raza, jamás con un humano, si eran sincera, los humanos no fueron nunca parte de su menú, ¡Ni en sueños!
Pero esta vez no podía negarse, la diosa había hablado, el hilo había aparecido y ella lo había recibido de buena gana cuando vio los hermosos ojos claros del empresario y su impecable caballerosidad, y hab&iacu