La lujosa limusina negra, con sus cristales oscuros, se deslizó por las calles de la ciudad como un fantasma sobre ruedas.
El silencio en el interior era pesado, pero no incómodo. Miara, envuelta en un abrigo de piel, miraba la lluvia que resbalaba por la ventana, sus pensamientos eran un torbellino de celos y traición.
Gael, a su lado, la observaba con una calma calculadora, y su rostro era más como un libro cerrado que oculta sus propios tesoros, planes y verdaderas intenciones.
Habían acordado verse fuera del territorio de la manada, en un café de una de las zonas más exclusivas. Lejos de las miradas indiscretas, de los oídos curiosos, y del conocimiento de Rob, que por esos días estaba bastante descuidado de su Luna por mantener las narices metidas en sus propios asuntos.
Este era el primer paso de un plan que se gestaba en las sombras, uno nacido de la venganza de una mujer herida, y de l