Sebastián
El pánico se apoderó de mí con una ferocidad que ni la OPA hostil ni la revelación de la traición de mi padre habían provocado. Arturo Belmonte no estaba en un cómodo exilio; estaba en la ciudad, planeando el secuestro de su propia nieta.
Isabella no había tenido una pesadilla. Vio a Arturo Belmonte.
—¡Aitana! —grité, volviendo a la suite.
Aitana estaba consolando a Isabella, que aún temblaba.
—¿Qué pasa? ¿Qué dijo Victoria?
—Arturo se fue hace una semana. Y no se fue solo. Quiere a Isabella. La deuda que viene a cobrar es llevarse a la niña para obligarme a ceder el control de la empresa.
—¡No! ¡La policía! ¡Llama a seguridad!
Rápidamente, pusimos a Isabella en el centro de la cama, rodeada de almohadas.
—Princesa, vamos a jugar al escondite más importante de tu vida. No salgas de esta cama por nada del mundo. ¿De acuerdo?
—¿Me va a encontrar el hombre del bigote? —preguntó Isabella, con los ojos muy abiertos.
—No. Porque Mamá y Papá lo vamos a encontrar primero.
Activé la