A la mañana siguiente, el aire era distinto. El altar ya no palpitaba con fuerza; en su lugar, una calma densa envolvía el santuario, como si la tierra contuviera la respiración.
Selene se acercó al centro con el libro en las manos. La cubierta de cuero viejo estaba cubierta de una pátina de escarcha, a pesar de que no hacía frío. Elena sintió cómo algo en su interior se tensaba apenas verlo.
—Anoche el libro cambió —dijo Selene—. Una nueva página apareció al morir Maelis, pero luego… otra más se escribió por sí sola esta madrugada.
Lucía frunció el ceño.
—¿Qué dice?
Selene abrió el libro. Las letras eran oscuras, impresas en tinta que parecía moverse como humo. En el centro de la página, una figura encapuchada extendía una mano hacia un círculo ardiente.
El texto estaba en lengua antigua, pero Amadeo lo leyó en voz baja, como si ya lo conociera.
—“Cuando la llama renazca, el abismo reclamará lo que le pertenece.”
“Si el equilibrio no se rompe… lo quebrará desde dentro.”
Un estremecim