Seren no respondió de inmediato. En cambio, caminó hasta la ventana, donde la luz gris del atardecer teñía las cortinas de sombras. Su silueta parecía más frágil allí, recortada contra la penumbra, como si el peso de su verdad la hiciera más pequeña.
—No siempre se puede elegir un bando —dijo finalmente, con la voz tan baja que Elena apenas la oyó—. A veces solo se puede elegir qué parte de uno está dispuesta a sacrificarse.
—Eso no es una respuesta —dijo Elena, con los ojos encendidos de furia contenida—. No podemos seguir rodeados de medias verdades. ¡Necesito saber en quién confiar!
Seren se giró con brusquedad, su rostro pálido iluminado por una rabia súbita.
—¿Y crees que yo lo sé? ¿Crees que todo esto tiene respuestas claras? —su voz se quebró, pero no por debilidad, sino por un dolor largamente contenido—. Yo he visto caer aquelarres enteros, tú… no tienes idea, esto, todo esto es nuevo para ti.
El silencio volvió a instalarse, denso, como una niebla que se colaba entre las gr