La grieta se había cerrado, pero el aire aún olía a ceniza.
Lucía apretó el paso por el sendero de hojas húmedas, su vestido corto recogido a un lado para no tropezar. Amadeo iba detrás, más calmado, pero con el ceño fruncido y los ojos inquietos. —¿Estás segura de que vinieron por aquí? —preguntó él. —No están en el campamento. Y el Saelith voló en esa dirección. Elena no se mueve sin él últimamente. Además… lo sentí. —Lucía se llevó una mano al pecho—. Fue como una sacudida en la magia. Como si alguien hubiera cerrado una puerta enorme. Algo grande ocurrió. —¿Y si llegaron tarde? —Entonces mejor que no se hayan muerto, porque los mato yo —gruñó Lucía. Amadeo sonrió un poco. —Qué tierna Pasaron entre dos rocas cubiertas de líquenes y, al fin, vieron el claro. El círculo humeaba. Las marcas en el suelo brillaban con la última energía del conjuro. Y allí, al centro, Elena estaba de pie con Darek a su lado