La noche había caído con un silencio espeso sobre los restos del claro donde cerraron la grieta. Solo el murmullo lejano del viento entre los árboles y el crujir de ramas marcaban el paso del tiempo.
Kael se alejó del campamento, incapaz de ignorar el remolino que llevaba en el pecho. No era solo por la grieta, ni siquiera por el miedo a lo que Tharion había intentado. Era ella.—¿Huyendo? —La voz de Sareth llegó desde las sombras como una caricia áspera.Kael giró, sabiendo que la encontraría ahí. Siempre lo hacía. Como si conociera sus pensamientos antes que él.—No. Solo… necesitaba respirar sin que alguien me recordara lo cerca que estuvimos de perderlo todo —dijo, cruzándose de brazos. La miró con detenimiento. Había algo hipnótico en ella. El fuego escarlata de sus ojos no era maligno… era antiguo. Y triste.Sareth se acercó sin miedo, con esa gracia suya que parecía más instinto felino que paso humano. Se detuvo a un par de pasos de él, ladeando la cabeza.