Eidan dormía profundamente, con una mano diminuta asomando fuera del paño. Su respiración era tranquila, casi imperceptible, como si no tuviera idea del poder que cargaba ni del mundo que lo esperaba.
Lucía lo observaba en silencio desde el borde del lecho, con una expresión que mezclaba ternura y una incredulidad suave. —Es tan… pequeño —susurró—. Cuesta creer que algo así pueda cambiar el curso de todo. Amadeo se acercó por detrás y le rodeó la cintura con los brazos, apoyando la barbilla sobre su hombro. —Yo nací así también. Y mira ahora: alto, irresistible, salvando el mundo… Lucía le dio un codazo sin dejar de sonreír. —Mentira. Tú naciste con cara de enfado y hambre. —Eso no ha cambiado mucho, ahora que lo pienso —murmuró él, haciendo que ella riera bajito. Ambos se quedaron mirando al bebé un instante más. —Darek tiene esa mirada —dijo Lu