Ailén apareció desde las sombras, más pálida de lo normal, con las manos crispadas a los lados. Tenía ojeras profundas, la expresión marcada por semanas de insomnio y culpa.
—Evité que Elena se destruyera —dijo con voz firme, aunque quebrada por dentro—. Si no te hubiera liberado, habría roto el Velo por completo para alcanzarlo, en su desesperación, era sólo cuestión de tiempo para que ella acudiera a ti. Ahora… al menos lo tiene. Está en paz. —¿En paz? —Nyara soltó una risa seca, sin humor—. La has visto. Esa mujer no tiene paz. Solo postergó su ruina. Y tú… me abriste la puerta para acelerar el proceso. Ailén dio un paso adelante. —Te liberé porque creí que hacía lo mejor para ella. Nyara se puso de pie lentamente, descendiendo del trono con la gracia de una pantera que ha olido sangre. —¿Y qué viste en mí, pequeña Ailén? ¿Redención? ¿Sabiduría? ¿Una advertencia? Se det