Elena estaba de pie en el centro del claro, con la mano alzada sobre la piedra sagrada. Su pulso mágico se extendía por los árboles, por la tierra, por el aire mismo. Un llamado ancestral.
Uno que solo respondían quienes aún creían en algo más que el miedo.
Lucía estaba a su lado, con la mirada fija en el cielo agrietado.
Amadeo vigilaba el perímetro.
Darek había regresado de las montañas esa misma mañana, trayendo noticias inquietantes: la sombra de Tharion se extendía como una enfermedad.
Y entonces, llegaron.
Los lobos
Aren emergió entre los árboles con su manada detrás. La mayoría ya no tenía forma humana: preferían presentarse con el cuerpo de guerra. Pelajes grises, marrones y negros, ojos como brasas y cicatrices viejas.
Aren se acercó a Elena.
—Respondemos a tu llamado. ya no hay dónde huir.
Lucía lo saludo brevemente. La manada bajó la cabeza en señal de respeto
Desde el cielo, un remolino de pétalos y luces descendió sobre el claro. Eran decenas, tal ve