Mundo ficciónIniciar sesiónEl reino de Eryndor está al borde de la ruina. La profecía lo dejó claro: el trono está maldito y solo una reina de sangre noble podrá salvarlo… o condenarlo para siempre. Lyria de Valendor ha sido criada para el sacrificio. Como la última descendiente de su linaje, su destino es claro: casarse con el príncipe maldito, el hombre cuyo nombre susurran con terror en los pasillos del castillo. Nadie ha visto su rostro en años. Dicen que su alma está encadenada a la oscuridad, que la maldición que corre por sus venas consume todo lo que toca. Pero Lyria no es una princesa dispuesta a seguir las reglas. Con un reino al borde del colapso y un enemigo oculto moviendo los hilos en las sombras, su única opción es entrar en la boca del lobo… y destruirlo desde dentro. Lo que no esperaba era que su enemigo más temido pudiera mirarla con el mismo anhelo con el que la luna mira al océano. Ni que, en su batalla por deshacerse de él, descubriera verdades que podrían hacerla dudar de todo lo que creía saber. Porque, a veces, los monstruos no son quienes llevan la corona, y el amor puede ser la maldición más letal de todas.
Leer másEl silencio antes de una tormenta es el más mortal de todos.
Lyria lo supo en el momento en que sus pies tocaron el mármol frío del corredor principal del castillo de Valendor. No había guardias que riesen. No había doncellas que susurrasen. El aire mismo parecía contener la respiración, como si el castillo entero estuviese esperando una noticia que cambiaría todo.
La convocatoria del rey había llegado al amanecer. No una invitación, sino una orden. La Alteza Real Lyria de Valendor se presenta ante Su Majestad en el salón del trono, tercera hora después del mediodía.
Lyria había pasado las últimas tres horas en su cámara, observando cómo sus doncellas removían cada uno de sus vestidos como si estuviesen limpiando una tumba. No le había gustado el silencio de ellas. No le había gustado la forma en que intercambiaban miradas cargadas de una compasión que ella aún no podía comprender.
Ahora, mientras caminaba por los pasillos del castillo que había conocido toda su vida, las paredes de piedra gris parecían más altas, más amenazantes. Las antorchas parpadeaban en sus soportes de hierro, proyectando sombras que se movían como criaturas vivas. Cada paso de sus botas reales resonaba contra el suelo como el latido de un corazón acelerado.
Su vestido azul oscuro—el color de la casa Valendor, el color de la lealtad que fluía por sus venas—rozaba suavemente el suelo. Había pasado años perfeccionando la forma de caminar como una princesa. Espalda recta. Cabeza erguida. Cada movimiento calculado, cada gesto medido. Era una danza que había aprendido desde que podía permanecer de pie, una música silenciosa que su cuerpo conocía mejor que su propio nombre.
Pero hoy, cada paso le costaba más que los anteriores.
Los dos guardias que flanqueaban las enormes puertas de madera tallada del salón del trono levantaron sus ojos cuando ella se aproximó. Ni siquiera parpadearon. Solo abrieron las puertas con un movimiento sincronizado que hablaba de años de práctica militar. El sonido fue profundo, retumbante, como si las compuertas del mismo infierno se estuviesen abriendo.
Lyria respiró hondo.
Entonces, cruzó el umbral.
El salón del trono era una catedral de poder. Sus techos se elevaban hacia la obscuridad, donde intrincados frescos pintados en oro representaban las glorias de la casa Valendor: reyes en batalla, reinas tejiendo magia, príncipes cuyos nombres ya nadie recordaba. Las ventanas altísimas dejaban entrar la luz del mediodía en rayos dorados que atravesaban el aire como espadas luminosas. Polvo danzaba en aquellas vigas de luz, pequeños universos en movimiento.
Pero lo que Lyria notó primero fue el silencio.
No era el silencio de la soledad. Era el silencio de la expectativa. De la audiencia.
La corte entera se había reunido. Cientos de rostros, todos ellos vueltos hacia ella. Nobles de las provincias. Sacerdotes con sus túnicas de lino blanco. Consejeros con sus togas de terciopelo. Incluso los capitanes de la guardia real estaban presentes, sus armaduras de acero brillando como plata líquida bajo la luz. Era como si el reino entero hubiese llegado para verla caminar hacia su perdición.
Pero el rostro que Lyria buscaba primera fue el del hombre sentado en el trono de piedra negra.
El Rey Aldric de Valendor era un monumento a la autoridad. Su corona de oro y diamantes se asentaba sobre una cabeza de cabello gris como la ceniza, y sus ojos—del mismo azul glacial que los de Lyria—eran tan impenetrables como la noche sin estrellas. Llevaba el manto real de púrpura y plata, pesado como el peso de todas sus decisiones. Y sentado así, inmóvil como una estatua de piedra, parecía no ser un hombre sino una fuerza de la naturaleza dada forma humana.
Lyria sintió cómo sus manos comenzaban a temblar.
Junto al rey, un paso atrás, estaba la Reina Casandra. Su madrastra. La mujer que había reemplazado a su madre en el lecho real hace ocho años, cuando Lyria apenas tenía diez. Casandra era bella de la forma en que lo son las armas de filo afilado: peligrosa, perfecta, mortal. Su cabello negro estaba trenzado en un elaborado diseño, enhebrado con pequeños diamantes. Sus ojos negros observaban a Lyria con una intensidad que la hacía sentir como si estuviese siendo desnudada por la mirada.
Y en el rostro de Casandra, Lyria vio algo que la heló más que cualquier invierno: una sonrisa diminuta. La sonrisa de quien sabe un secreto que está a punto de cambiar todo.
Lyria se detuvo a una distancia respetuosa del trono e hizo una reverencia profunda. Fue perfecta. Fue practicada. Fue un acto de teatro puro.
—Padre —dijo, levantando la cabeza—. Me complace haber respondido a tu convocatoria.
El rey no sonrió. Rara vez lo hacía. Su mandíbula se cerró con un chasquido audible, y los dedos de su mano derecha tamborilearon una vez—solo una—contra el apoyabrazos de piedra de su trono.
—Lyria —comenzó, su voz como el trueno retumbando en las montañas—. Hace tres años te informé de los tributos que el reino debe pagar a Ravka. ¿Recuerdas?
El estómago de Lyria se contrajo. Tres años. Ella tendría dieciséis años entonces, acababa de cumplir su madurez legal. Su padre le había hablado de impuestos, de pagos, de las complejidades del comercio entre reinos. Se había aburridoprofundamente.
—Lo recuerdo, mi señor —respondió con cuidado.
—El reino está en peligro —continuó el rey, como si ella no hubiese hablado—. Las fronteras occidentales han sufrido incursiones constantes del reino de Kortham. Hemos perdido tres ciudades en el último año. Tres. A este ritmo, dentro de dos años Kortham controlará el paso de las montañas del norte, y entonces... —sus dedos volvieron a tamborilear—... entonces, Eryndor será suyo también.
Un murmullo recorrió la sala. Lyria notó que algunos de los consejeros se revolvían incómodamente en sus asientos. Esto no era nuevo. Ella había escuchado estos miedos en conversaciones de pasillo, había visto los registros de las bajas militares. Pero oír al rey decirlo en voz alta, frente a toda la corte, era diferente. Era admitir la debilidad. Y un rey que admite debilidad es un rey que ya ha comenzado a caer.
—Necesitamos aliados —prosiguió Aldric—. Necesitamos que alguien tenga la fortaleza que nosotros no podemos permitirnos en estos momentos. Y existe un único reino que tiene tanto el poder como la disposición de ayudarnos.
El corazón de Lyria comenzó a acelerarse. Ella ya sabía lo que iba a decir. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía de la forma en que los pájaros saben que viene la tormenta.
—Ravka —susurró.
—Ravka —confirmó el rey.
El nombre cayó como una piedra en un pozo silencioso.
Ravka era el reino del otro lado de las montañas, un territorio que había permanecido aislado durante casi una década. Nadie hablaba de Ravka en los pasillos del castillo de Valendor. O, más precisamente, se hablaba de él solo en susurros, siempre con una mezcla de miedo y fascinación mórbida.
Ravka era la tierra de las sombras. La tierra de la magia antigua. La tierra donde el príncipe reinaba desde la oscuridad.
—El príncipe de Ravka ha extendido una oferta —el rey continuó, cada palabra tallada en piedra—. Una alianza. Un pacto de sangre que garantizará la protección de nuestro reino.
Lyria sintió que todas sus terminaciones nerviosas estaban en alerta roja. Su cuerpo sabía lo que venía antes de que su mente pudiera procesarlo. Era como si su sangre misma estuviese gritando advertencias.
—Y ese pacto —continuó el rey, levantándose de su trono con una lentitud que fue casi ceremonial—, requiere una unión. Un matrimonio.
El silencio en la sala se volvió tan denso, tan pesado, que Lyria creyó que podría ahogarse en él.
—Padre, no —dijo, y fue vergonzoso la rapidez con la que su voz se quiebró—. Por favor, no...
—Te casarás con el príncipe de Ravka, Lyria —sentencié el rey, como si acabase de decidir el clima del mañana—. La ceremonia tendrá lugar en tres días.
El mundo de Lyria se inclinó.
—¿Tres días? —logró exhalar—. Ni siquiera... Padre, yo no he...
—¿Conocerlo? —interrumpió la Reina Casandra, su voz como miel vertida sobre navajas. Dio un paso adelante, descendiendo los escalones de mármol con la elegancia de un depredador—. Oh, querida, eso es precisamente lo que hace que esto sea tan... poético.
Lyria se giró para mirar a su madrastra, y en los ojos de Casandra vio la confirmación de lo que ya sospechaba: ella había sabido. Ella había estado esperando esto. Y lo celebraba.
—El príncipe Kaelen ha permanecido en retiro durante casi una década —explicó Casandra, extendiendo sus dedos largos como si estuviese saboreando cada palabra—. Existe una profecía antigua que vincula su redención con la llegada de una mujer de sangre noble y corazón de luz. Cuando supimos de tu linaje materno, Lyria, supimos que eras la indicada.
Lyria abrió la boca. Cerró la boca. Volvió a abrirla.
—¿Linaje materno? —preguntó. Su madre había muerto cuando ella tenía ocho años. Su padre rara vez hablaba de ella. Las doncellas más antiguas habían sido despedidas cuando comenzaron a contar historias—. ¿Qué tiene que ver mi madre con esto?
Fue el rey quien respondió.
—Tu madre era de la casa de Selene, Lyria. La casa que protegía el Sanctasanctorum, el templo de la magia antigua. Su sangre contenía poder. Poder que, según la profecía, es exactamente lo que el príncipe maldito necesita para encontrar su camino de regreso a la luz.
Las palabras golpearon a Lyria como un puñetazo en el pecho.
No sabía la mitad de eso. Su padre nunca le había contado. Las doncellas nunca le habían dicho. Era como si su propia historia hubiese sido guardada bajo llave, esperando el momento perfecto para destrozarla.
—La profecía —dijo lentamente, recitando las palabras que había escuchado desde la infancia, murmuraciones de sacerdotisas y ancianas—. "El príncipe nacido en las sombras solo encontrará redención en la unión con la hija de la luz."
—Exactamente —confirma su padre—. Y tú, Lyria, eres esa hija de la luz. Tu sangre lo reclama.
—No creo en profecías —soltó Lyria, y sintió que algo salvaje dentro de ella se despertaba—. Creo en hechos. Creo en decisiones. Y nadie tiene derecho a decidir mi vida como si fuese... como si fuese una carta de triunfo en tu juego político.
El rey descendió los escalones. Cada paso fue deliberado, preciso, peligroso.
—¿Sabes qué veo cuando te miro, Lyria? —preguntó, deteniendo a solo un metro de ella—. Veo a una niña que aún cree que el mundo es justo. Que aún cree que sus deseos importan más que la supervivencia de un reino entero.
Lyria alzó la barbilla, desafiante.
—Veo a mi hija, que merece elegir su propio destino.
El rey sonrió. Fue el sonrisa más terrible que Lyria jamás había visto.
—Tu destino es proteger a Eryndor. Y lo harás. Cásate con el príncipe, rompe su maldición con tu sangre luminosa, y nuestro reino vivirá. Rehúsa...
No terminó la frase. No necesitaba hacerlo. El peso de su amenaza silenciosa fue suficiente.
Lyria sintió que algo se quebraba en su interior. No era su espíritu. Eso, estaba segura, jamás podría ser roto. Pero era algo. Una esperanza. Una ilusión. La creencia ingenua de que ella tenía algún control sobre su propia vida.
—¿Y si el príncipe me rechaza? —preguntó, buscando un resquicio de salvación—. He escuchado que está maldito. Que es un monstruo que ni siquiera los de su propio reino osaban ver. ¿Qué sucede si romper la profecía en lugar de cumplirla?
Fue Casandra quien respondió, paso adelante con una voz que destilaba falsa simpatía:
—Oh, querida. La profecía no contempla ese escenario. Pero estoy segura de que descubrirás las consecuencias cuando llegues a Ravka.
Lyria sintió que su respiración se aceleraba. Algo en la forma en que su madrastra había hablado, algo en el brillo de sus ojos negros, sugería que conocía exactamente cuáles serían esas consecuencias. Y que le complacía que Lyria las descubriera por sí misma.
—Tres días, Lyria —reitió el rey—. Prepárate. Los sacerdotes viajarán contigo. El príncipe de Ravka ha enviado a su corte para escoltar la ceremonia.
Lyria quería decir que no. Quería gritar. Quería lanzar cada hechizo de luz que su sangre Selene guardaba en lo profundo de su ser y quemar el salón del trono hasta los cimientos. Pero en lugar de eso, hizo algo más difícil.
Se dio la vuelta y caminó hacia las puertas sin decir una palabra.
Podía sentir los ojos de la corte clavados en ella. Podía sentir el peso de mil miradas. Pero no le importaba. Lo único que importaba era salir. Respirar. Encontrar un lugar donde pudiera caer a pedazos sin que nadie la viese.
Casi lo logra.
Se encontraba a mitad del corredor, lejos ya del salón del trono, cuando escuchó la voz de su padre retumbando detrás de ella:
—¡Lyria!
Ella se detuvo pero no se giró.
—El príncipe ha enviado un regalo de cortesía —continuó el rey—. Un símbolo de la unión que vendrá. Ha insistido en que lo recibas hoy.
Lyria cerró los ojos. Luego, lentamente, se dio la vuelta.
Un guardia avanzó desde las sombras—¿cómo no lo había notado antes?—con una caja pequeña de madera oscura, incrustada con lo que parecían ser símbolos de magia antigua. Pero no era la caja lo que hizo que el corazón de Lyria se detuviese.
Fue la nota que el guardia dejó caer en sus manos, escrita en una caligrafía que parecía haber sido trazada con tinta negra como la medianoche.
"Princesa Lyria, en tres días serás mía. Espero con impaciencia el momento en que tu luz toque mis sombras. Puede que eso nos salve a ambos. O puede que nos destruya. O los dos. —Kaelen, Príncipe de Ravka."
Las últimas palabras estaban subrayadas violentamente, como si hubiesen sido escritas bajo un estado de emoción extrema.
Lyria abrió la caja con manos temblorosas.
Dentro, descansaba un anillo de plata negro. No era hermoso. Ni siquiera era particularmente elegante. Era simple, sin adornos, pero emanaba una energía que hizo que los pelos de la nuca de Lyria se erizaran. Poder antiguo. Magia que había estado dormida durante siglos.
Y en el interior del anillo, grabadas en letras tan pequeñas que casi no podía leerlas, estaban las palabras:
"Sangre maldita. Corazón de luz. La profecía comienza."
El vestido de novia todavía pesa sobre mi piel, cada perla bordada un recordatorio del pacto que acabo de sellar. El fuego en la chimenea proyecta sombras que parecen bailar a nuestro alrededor, como si el mismo castillo contuviera la respiración.Kairos está frente a mí, observándome con esa intensidad salvaje que me hace sentir desnuda aunque siga envuelta en metros de seda.— Deberías cambiarte. —Su voz es un arrullo oscuro, un desafío contenido en cada palabra.No hay respuesta.No me muevo.El aire entre nosotros vibra con algo denso, eléctrico
La sala del trono está repleta de sombras. No porque falte luz, sino porque el ambiente es sofocante, denso, cargado de algo invisible que se desliza entre los invitados como una serpiente. La expectación es un veneno que nos envuelve a todos.Soy la única que tiembla.No en el sentido físico. Mis pasos son firmes cuando cruzo el pasillo, mi mentón sigue en alto, mis labios no tiemblan. Pero por dentro... Por dentro estoy hecho pedazos.Hoy me caso con el príncipe maldito.El hombre al que todos temen.El que, con una sola mirada, logró sembrar algo dentro de mí
La noche anterior a mi boda, el castillo entero parece contener el aliento.Las antorchas proyectan sombras danzantes sobre los muros de piedra, mientras el aire se llena de un murmullo inquietante. Los sirvientes evitan mi mirada, los nobles me observan con una mezcla de curiosidad y lástima.Porque todos saben algo que yo aún no.El ritual es una tradición antigua, uno que se remonta a tiempos en los que las alianzas no se forjaban con palabras, sino con sangre.Y yo, Lyria de Eldoria, estoy a punto de unirme a la sombra más oscura de este reino.
La vela titilante proyecta sombras deformadas en las paredes de piedra mientras mis ojos recorren las líneas torcidas del pergamino. Es un mensaje breve, escrito con una tinta tan oscura que parece absorber la luz."La maldición puede romperse. Pero todo poder tiene un precio. Busca la reliquia en las catacumbas. No confíes en nadie."Mi pulso se acelera.Esto es una trampa. O una oportunidad. O ambas cosas a la vez.Aprieto los dientes y miro alrededor, como si la tinta misma pudiera delatar quién la envió. Nadie en este castillo me ha dado razones para confiar, y sin embargo, mis dedos se aferran al pape
No debería pensar en él.No debería recordar el calor de su aliento sobre mi piel, la forma en que su voz se deslizó en mi oído como una caricia envenenada.Y sin embargo, aquí estoy.Mi mente insiste en volver a la biblioteca, al roce invisible que casi se convirtió en algo tangible. Mi piel aún arde en los lugares donde su presencia se sintió demasiado cerca.No es deseo. No puedo serlo.Es peligro.Y el peligro tiene un sabor demasiado tentador.
La biblioteca huele a papel antiguo y a secretos olvidados.Es un espacio vasto, con estanterías que se alzan hasta el techo abovedado, sombras profundas entre los pasillos y un aire de reverencia silente. Nadie debería estar aquí a estas horas.Pero yo tampoco debería estarlo.Mis dedos recorren los lomos de los libros, cada uno etiquetado con una caligrafía impecable. Historia. Estrategia militar. Cronologías de la nobleza. Y entonces, más allá de una fila polvorienta, lo encuentro.Un libro sin título en el lomo, su encuadernación desgastada por el tiempo.Lo saco con cuidado, sintiendo el peso de lo prohibido en mis manos."Las Crónicas de la Maldición".El corazón me da un vuelco.Miro por encima del hombro. La biblioteca está en silencio, pero no me fío. La sensación de ser observada ha estado persiguiénd
Último capítulo