El hechizo de Velya había limpiado el cielo por unos minutos, pero la batalla continuaba. Más enemigos salían del santuario, como si el Abismo escupiera pesadillas sin fin.
Entre ellos, apareció Shezra, una bruja de ojos negros como la brea y una capa hecha de plumas de cuervo. Su magia era venenosa, oscura, serpenteante como el humo. Había sido discípula directa de Nyara, y se movía con la arrogancia de quien se sabe irremplazable.
Sus ojos encontraron a Lucía entre la multitud.
—Así que tú eres la portadora de la Llama Blanca —dijo con voz áspera y burlona—. Pareces más débil de lo que imaginaba.
Lucía no respondió. No necesitaba. El fuego que brotaba de sus manos hablaba por ella.
La batalla entre ambas fue brutal desde el primer segundo.
Luz contra sombra. Hechizos que chocaban con tal fuerza que el aire se rompía. Shezra atacaba con magia ilusoria, proyectando versiones falsas de sí misma, distrayendo, envenenando el terreno. Lucía respondía con fuego puro, directo, sin adornos.