Sombras enfrentadas.

Elena apenas alcanzó a ver cómo Darek y Tharion desaparecían entre una onda de energía oscura que los lanzó colina abajo, separándolos del resto. La grieta del Abismo tembló como si los llamara por su nombre.

El mundo pareció dividirse en dos.

Darek se incorporó con dificultad. La piel de sus brazos estaba chamuscada, la armadura agrietada. Pero no soltó su espada. La empuñaba como si esa hoja fuera lo único que lo mantenía entero.

Frente a él, Tharion avanzaba lentamente. Su cuerpo ya no era completamente humano. Sus venas brillaban con una luz negra, y por su espalda brotaban ramas retorcidas que se agitaban como tentáculos. Sus ojos eran un pozo sin fondo.

—No puedes detener esto, Darek —dijo Tharion, con voz grave y gutural—. Ya lo sabes. Lo sientes en tu sangre. —Únete a mi Darek.

—Lo único que siento —respondió él— es que estoy harto de ser una extensión tuya.

Tharion rió. Un sonido hueco, como si viniera desde dentro de la grieta.

—Tú eres lo que yo fui… lo que yo creé. ¿De ver
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