Amadeo
La niebla del bosque era tan espesa como una mentira bien tejida. Amadeo volaba bajo, sus alas heridas y ennegrecidas por la magia maldita que impregnaba el aire. Pero no se detendría.
Cuando la encontró, no era la Lucía que conocía.
Estaba de pie sobre un círculo de huesos, los ojos inyectados de sombras líquidas, el cabello flotando como si el aire la rechazara.
—Lucía… —susurró, aterrizando a pocos pasos.
Lucía no se giró cuando Amadeo la llamó. La oscuridad la rodeaba, envolviéndola como una segunda piel. El círculo de huesos vibraba bajo sus pies, sus ojos brillaban como espejos rotos.
—Te advertí que no me siguieras —dijo con voz hueca.
Amadeo no respondió al principio. Caminó hacia ella, cruzando el límite del círculo a pesar del dolor que lo quemaba por dentro.
—No vine a salvarte. Vine a buscarte. A recordarte quién eres.
Ella lo empujó con una ráfaga de magia oscura. Voló hacia atrás, golpeó un tronco. Tosió sangre. Pero se levantó.
—No soy yo a quien debes protege