El suelo se volvió negro.
La vegetación desapareció por completo. Solo quedaban raíces secas como dedos retorcidos saliendo de la tierra. El cielo había perdido color, teñido de un gris denso como humo.
El Valle de las Espinas Negras estaba ante ellos. Y en el centro, como un corazón oscuro latiendo con veneno, se alzaba el santuario del Abismo: una estructura de piedra negra, rodeada de runas talladas en lenguas muertas. Una grieta se abría justo en el centro del santuario, respirando oscuridad.
Y entonces lo vieron.
Decenas, cientos… miles.
Los ejércitos de Nyara y Tharion ya estaban allí. Criaturas deformes por la magia corrupta, ogros de ojos vacíos, vampiros con alas de cuero, sombras que no tenían cuerpo pero sí hambre. Bestias que nunca debieron caminar este mundo. Todos alineados, perfectamente quietos, como si estuvieran esperando.
—Nos estaban esperando… —murmuró Lucía, con la voz tensa.
Elena sintió el peso de la trampa cerrándose. Pero no retrocedió.
Desde lo alto del sant