Tabar siguió a Zarah en silencio a través de los pasillos, sólo el sonido de los pasos sobre la piedra negra los acompañaba. Decidió no decir ni una palabra hasta llegar a la biblioteca, estaba convencido de que los nervios lo traicionarian arruinando por completo la buena fortuna que estaba teniendo esa mañana. En general, Zarah se limitaba a aceptar con cortesía cada invitación para luego fugarse el resto del día a un lugar donde él no pudiera encontrarla. Era la primera vez que su esposa lo acompañaba a uno de los planes que había propuesto. En esa silenciosa caminata notó, con un disgusto que se fue intensificando con cada paso, que mientras que los sirvientes reverenciaban a Zarah educamente, las sirvientas no hacían frente a ella más que un gesto sutil de la cabeza y dirigían sus saludos más formales solo hacia él. Supo enseguida que esa diferencia era culpa de la influencia de Ada como Superiora del Castillo Negro. Todos los sirvientes y guerreros estaban bajo el mando del Gu
Zarah quedó inmersa en las imágenes de aquel libro cuyo título apenas podía leerse en la tapa raída por los años. —Historia de la fundación de Dragones...—susurró al pasar los dedos por las letras grabadas sobre el cuero desgastado. —No hay una sola palabra en todo el libro. Sólo imágenes sin sentido.—Tabar estaba frustrado frente a aquel inentendible rejunte de dibujos— ¿Qué clase de libro es este? —Uno hecho para campesinos— replicó Zarah mientras pasaba por las páginas. Al primer dibujo del Sol siendo rodeado por un dragón negro seguía el dibujo de un dragón blanco rodeado por una multitud de personas. En el siguiente, un hombre parecía guiar a tres viajeros encapuchados por un bosque. No se distinguían sus rostros pero los viajeros cargaban en sus brazos lo que parecía ser un huevo de dragón. —Entiendo que sea para ilustrar a los campesinos que no sabían leer en aquel entonces pero ¿Nadie pensó en conservar la historia escrita? Muchos campesinos leen hoy día. —Recuerde
Al oír las palabras de Said, Tabar llevó por instinto la mano al cinturón buscando la empuñadura de su espada pero no la encontró. Miró a Jabari quien enseguida salió de la biblioteca en busca del arma. "Y yo que creí que iba a tener un día tranquilo..." se lamentó en silencio. —¿Quién es este hombre? ¿Quién se cree para exigir tan descaradamente hablar con mi esposa? Zarah notó la furia contenida en las palabras de Tabar. Si bien la curiosidad la carcomía no estaba segura de querer descubrir quién era el hombre que pedía por ella en las puertas del castillo. Mucho menos después de haber confesado a Tabar las aventuras de su juventud en Sol Naciente. "No creo que ninguno de esos guerreros sea tan tonto para venir a buscarme. Ni siquiera Merak se atrevería ¿verdad? No, no sé atrevería. Jamás se expondría de esa forma" pero por más que lo repetía en su cabeza, sus manos seguían temblando a causa de la ansiedad. —No me lo dijo, pero me entregó este sobre. Está vacío aunque di
—Gracias por recibirme, Señor y Señora de los Dragones. —Espero que no pretenda que yo recuerde lo que respondí la primera vez...—el tono de Tabar dejaba entrever su hartazgo. Sólo toleraba aquel comportamiento extravagante del Mago porque sentía curiosidad acerca de la carta. —No, mi Señor, jamás le pediría eso. Entiendo muy bien que las consecuencias de la guerra afectan terriblemente la memoria de los guerreros... —¿Las qué...?—preguntó Zarah algo sorprendida, pero el Mago no respondió. Entonces volteó a ver a su esposo y se encontró con una expresión de desprecio, una mirada que parecía querer pulverizar ahí mismo al hombre que tenía parado frente a él. —Lo siento, su majestad. Creo que he sido impertinente una vez más. Supongo que está en mi naturaleza. —Pues controla esa naturaleza tuya ¿O acaso eres un maldito animal salvaje?— Las palabras de Tabar hicieron eco en el Salón del Concilio. Zarah acercó de nuevo su mano hacia Tabar en un gesto que buscaba ser tranquiliz
Un silencio abrumador invadió el Salón del Concilio. El Mago Zhadli dobló cuidadosamente la hoja que acababa de leer, la guardó de nuevo entre los pliegues de la túnica y se dispuso a esperar pacientemente a que los presentes lograran superar la conmoción. Finalmente, fue Tabar quién decidió preguntar aquello que intrigaba a todos. —¿Entonces están quienes deben estar en este...Concilio?— el Mago asintió —¿Cómo lo sabe? No nos conoce, Mago ¿Cómo es posible que sepa nuestros orígenes? —Los lazos de sangre... —Las palabras escaparon de los labios de Zarah. Una sutil sonrisa se dibujó en los labios del Mago. —Me honra saber que ha leído mis Crónicas, Mi Señora. Es cierto lo que dice, los lazos de sangre son una forma de reconocer el linaje mágico de las criaturas. Es como si cada linaje tuviera... un color característico que los diferencia. —¿Todos los Magos pueden distinguir esos linajes?— la pregunta de Tabar resonó en el Salón donde reinaba el absoluto silencio. —No todas
El Salón volvió a hundirse en el silencio pues había pocas cosas que causen tal malestar como la incertidumbre frente al futuro. —¿Podemos proceder con la lectura de la carta? —Si nadie más desea hacer preguntas...—Zarah dijo aquello casi por obligación, estaba ansiosa por leer la carta de su madre. Paseó su mirada por el Salón esperando respuestas. Said observaba con recelo a Munira, era obvio que la doncella sabía algo acerca de sus ancestros que no había compartido con su hermano, pero el guerrero no parecía dispuesto a discutir frente a sus Señores. De Fausto y Deka no se había revelado en la enredada profecía más que su ya conocida fidelidad.—¿Qué me dices de ti, Yara?¿No deseas conocer más acerca de las hijas del mar? La joven doncella negó con la cabeza. —Puedo preguntar después, mi Señora. Prefiero que usted lea primero la carta de su mamá... madre. —Se corrigió al final, avergonzada. Jabari levantó la mirada hacia Yara y se sintió inundado por la vergüenza al perc
Zarah aún recordaba la última noche en que habia visto a su esposo antes de que se marche a la guerra. No habían cruzado ni una palabra luego de la ceremonia nupcial. Ella lo siguió en silencio hasta la habitación donde lentamente se desató los cordeles del corset ante la mirada fría del hombre, que parecía mas interesado en la copa de vino que giraba entre sus dedos. Se recostó en la cama mirando el dosel, recitando las canciones que su nodriza le había enseñado sobre el Reino de los Dragones. Todas las grandes bestias estaban extintas. Sólo sus huesos antiguos yacían dispersos por los terrenos linderos a los caminos. Los había observado a lo largo de su travesía en carruaje desde su hogar en el Reino del Sol Naciente. Recordaba como la tensión invadió su cuerpo aquella noche al sentir las manos ásperas de Tabar en sus muslos. Y recordaba aún mas el aroma a bosque que la invadió cuando el hombre hundió el rostro en su cuello tembloroso. Había existido un momento de placer antes d
Sus hombres estaban agotados pero no les permitio parar. Era el último esfuerzo antes de regresar a sus tierras. Tabar tomó un sorbo de aguardiente para mantenerse despierto. El alcohol le calentó la garganta, quemandolo por dentro. Acarició el lomo de su yegua pidiéndole en silencio que aguante un poco más. Al levantar la vista se encontró con la imponente imagen de la fortaleza negra. Estaba tallada directamente sobre la piedra volcánica. La morada de los Dragones se había apagado hace decenios. Decían que era la quietud del volcán la que mantenía a los Dragones dormidos. Ciertos sabios especulaban que los huevos yacían aún en las chimeneas esperando una erupción para despertar a las bestias. Tabar nunca había visto a un dragón con vida y dudaba ver uno alguna vez pero le gustaba oír las leyendas alrededor del fuego. Sabía que esas historias mantenían viva la chispa de los guerreros. Sobretodo aquellas que decían que ellos mismos eran descendientes de los Antiguos Dragones. Má