Una brisa cálida envolvió a Zarah. No le había prestado atención antes pero un cosquilleo particular solía invadirla después de una plegaria. Su espíritu se sentía más seguro, su mente más clara. La ansiedad ya no la dominaba como momentos atrás. Aclaró su garganta antes de extender la mano hacia Jabari.
—¿De qué forma respondo esto? ¿Dónde debo contestar?—Jabari le entregó la hoja rústica dónde Ada había escrito la solicitud en una impecable cursiva.
—"Yo , la Superiora del Castillo Negro, solicito con gran humildad a la Señora de Dragones que se dirija a mis modestos aposentos para invitarla a tomar el té y discutir en privado un asunto que a ambas nos concierne pero sólo ella puede resolver”—Leyó en voz alta.
Zarah no pudo evitar que una risa amarga escapara de sus labios. No pasó desapercibida a sus ojos la caligrafía de Ada, más parecida a la de una mujer noble que a la de una sirvienta. Tampoco la forma altanera de dirigirse a ella, como si se estuviera dirigiendo a una