Munira encontró a Zarah sentada en el piso del baño. El rostro pálido, la frente cubierta de sudor, los labios temblorosos. La ayudó a levantarse con delicadeza y a caminar con pasos cortos hasta que ambas pudieron sentarse en el borde de la cama.
—Le advertí que esto era una mala idea, mi Señora.
—Si, lo sé ¿Podemos saltarnos la parte donde me regañas?—Zarah intentó dar un tono de diversión a sus palabras pero su fachada se calló cuando tuvo que esforzarse por contener una arcada. Las paredes de los aposentos comenzaron a desdibujarse a su alrededor, no podía enfocar la visión a causa del incontrolable mareo.
—Usted no es inmune al veneno.—Sentenció la doncella mientras ayudaba a Zarah a recostarse.
—Ningun veneno puede matarme, para mí eso es inmunidad suficiente.
—Pero sufre igual sus efectos—Zarah ni siquiera tuvo fuerzas para hablar. Sólo asintió con los ojos cerrados—Mi Señora... —Munira tenía el deseo de seguir reprochandole por aquella conducta temeraria mas se contuvo— ¿L