Anya miraba la televisión con aburrimiento mientras esperaba que Zair decidiera que era momento de salir de esa habitación. Quería ponerse a llorar porque su enamoramiento había caído en picada por ese alfa. Un hombre tan hermoso la tenía ya en contra de su voluntad en esa habitación y quizá su padre iba a tener que matarla cuando supiera que perdió la virginidad antes de llegar al matrimonio, como él había soñado.
—No te pongas triste —dijo Zair detrás de ella—. Esto es algo que debo hacer. Te prometo que…
—Me vas a meter en prisión si no cumplo con mis obligaciones como otra más de tus asquerosas amantes —replicó temerosa—. No tienes la más remota idea de cuánto te estoy despreciando.
—Comencemos de nuevo —propuso el alfa, y se sentó a sus pies—. No te llevaré a