Anya se levantó ese día como si nada. Era su entrevista de trabajo la que estaba en juego y tenía que ir sí o sí a esa empresa, ya que necesitaba el dinero para poder pagar el tratamiento de la enfermedad de su hijo. Era un alfa que, lamentablemente, tenía genes humanos, y eso era un problema, porque las feromonas que debía colocarle a su hijo eran algo costosas y, como dejó de tener el apoyo de su familia, debía pagar todo por ella misma.
—Mamá —su hijo, Zaid, llegó a su lado con una mochila en el hombro, vistiendo el uniforme—, ya podemos irnos.
—De acuerdo —gesticuló—. ¿Tomaste tus pastillas?
—Sí, tengo una tableta en mi mochila, y tú pusiste algo de jugo. —Levantó su lonchera—. ¿Vas a buscar trabajo?
—Sí. Me temo que el dinero cada vez es menos y los trabajos que hago por temporada son nulos.
—No es necesario que gastes tanto dinero en mí. No me gusta que tengas que gastar tanto. No me gusta eso… porque ese dinero puedes gastarlo en algo más.
—No me molesta que tenga que gastar ese dinero en ti.
—Mamá, siempre has gastado mucho dinero en mí. —La abrazó—. Ya no necesito esas feromonas.
—Sí, hasta que no encuentres a tu alma gemela, no podrás dejar de usarlas. —Su hijo la miró triste—. No pensemos más en eso. Debes ir a la escuela y yo tengo que ir a mi entrevista de trabajo.
Zaid nació con un pequeño problema en su sistema. Sus feromonas se aceleraban a cierta temperatura, y por esa razón tenía que beber medicamentos siempre, y, a decir verdad, ella no quería que su hijo fuera a parar en un hospital debido a que apenas conocía el mundo.
Lo dejó en la escuela, no sin antes desearle un día estupendo, ya que él no tenía muchos amigos en ese lugar. Llegó a la empresa más temprano de lo normal, así que la recepcionista le indicó que debía esperar unos minutos en lo que llegaba el jefe y su secretaria. Fue algo sumamente incómodo para ella, puesto que muchos hombres se le acercaron como si fuera algún tipo de mujer de la calle. Por suerte, no tardó mucho tiempo en llegar la persona que menos quería ver, porque temía su reacción cuando la reconociera.
—Anya —la llamó Jessica, la secretaria de su jefe, con una pequeña sonrisa—, buenos días. Llegaste temprano.
—Sí, llevé a mi hijo a la escuela —movió sus manos sin hacer contacto visual con el alfa—. Me dijiste que no llegara tarde.
—Bien, te presento a Zair Basary. —El mencionado se mostró sorprendido un momento. Ella ya sabía de memoria el nombre de ese sujeto—. Es el dueño de todo esto, y tú vas a trabajar con él.
—Mucho gusto, señor Basary. —Extendió su mano para saludarlo, a lo que él tardó unos segundos en reaccionar.
—Es un placer conocerte, Anya.
Le dio una sonrisa cálida, la mejor que podía darle mientras la observaba con curiosidad, hasta que notó cómo sus empleados seguían mirándola con devoción. Ni siquiera había notado quién era ella, mucho menos se percató de que temblaba por su culpa.
—¿Ya te mostraron tu lugar de trabajo?
—No, dijeron que tenía que esperarlos, ya que llegué muy temprano.
—Yo te haré una entrevista antes de darte el visto bueno —comentó, y ella soltó su mano muy sorprendida—. Es para conocer más sobre tus proyectos.
Asintió y lo siguió hacia el elevador, mientras que la secretaria se quedaba atrás para preparar, no sabía qué. Ya le habían hecho la entrevista de trabajo, y el simple hecho de que Zair quisiera hacérsela era porque sentía que algo pasaba con ella. Era el mismo hombre que conoció años atrás y por el único que cometió cualquier tipo de locuras…
—¿Por qué decidiste trabajar en este sitio y no en otro? —cuestionó el alfa en cuanto las puertas del elevador se cerraron y solo se quedaron ellos en ese pequeño espacio.
—La paga es mejor, no tengo que preocuparme mucho en cosas innecesarias y necesito el dinero con carácter urgente. —No dijo ninguna mentira—. Además, este lugar es mejor que cualquier otro en la ciudad y no todos pueden entrar a trabajar aquí.
—Es porque no todos logran convencerme con sus proyectos, pero tú lo hiciste como si nada. Es como si ya me conocieras desde antes.
—Supongo que el destino existe, señor Basary —respondió incómoda—. No soy una persona que cree en el destino.
—Tampoco confío en el destino. No le encuentro sentido a algo tan patético como eso.
—Supongo que sus razones tendrá.
—Todos tenemos razones para no pensar en algo como el destino.
Ella no le respondió, se quedó sin hacer ningún gesto.
Era el mismo hombre que conoció hacía diez años, el mismo que tenía problemas para dormir y que parecía querer tener el control de las cosas, igual que en ese tiempo, cuando era una cría de dieciocho años que apenas conocía el mundo y que se enamoró de ese alfa que le prometió el mundo, sin saber que sus enemigos estaban detrás de su cabeza.
Los empleados los contemplaron en cuanto llegaron al piso correspondiente. Fueron directo a la oficina del alfa y esperó a que él le indicara en dónde podía tomar asiento.
—Puedes tomar asiento en donde gustes. —Zair señaló los asientos que estaban delante de su escritorio—. Te haré unas preguntas, y espero que puedas responderlas.
—Lo haré.
—Bien. —Ambos tomaron asiento—. Me dijiste que estás aquí porque la paga es buena y porque aquí están las cosas necesarias para realizar tu trabajo.
—Sí, aquí está todo lo que necesito para ampliar mis conocimientos. —Era la típica frase que decían los desempleados—. Y, como dije, necesito el dinero para pagar algunas cosas que debo.
—¿Qué tipo de cosas debes?
—Es algo personal y que no le conciernen, señor. —Zair levantó ambas cejas al verla hablar de esa manera—. Disculpe, pero eso no creo que sea algo que tenga que ver con mi contrato de trabajo. Mi vida personal no tiene nada que ver con la empresa.
—Tienes razón. Fue algo tonto de mi parte el haberte hecho esa pregunta. —Hizo un ademán con las manos—. Llamas mucho la atención entre los lobos de este lugar.
—No sé cómo es posible. Solo soy una humana normal. No creo que sea algo que dure tanto tiempo… —Notó esas miradas, pero las dejó pasar porque no le interesaba ningún alfa.
—¿Tienes genes de hombres lobo?
—No, soy completamente humana. Mi hijo es un lobo, pero es algo controlado.
—Vaya, no tenía idea de que estás casada…
—Soy madre soltera. Eso está en mi currículo —apuntó hacia el escritorio—. ¿Es necesario que me haga las mismas preguntas que me hicieron en recursos humanos?
—Únicamente estoy verificando que no tengas inconvenientes para viajar conmigo o sola en algún momento. —Anya lo miró sin entender—. Jessica puso tu escritorio en esta oficina, así que prácticamente serás mi asistente durante los meses de prueba. No sé por qué hizo algo como eso, pero me temo que tendrás que hacer parte de mi trabajo cuando yo no pueda hacerlo.
—Eso es algo que se hablará en su momento. —La vio jugar con sus dedos—. ¿Me dará el trabajo?
—Sí, podrás trabajar aquí. Puedes empezar ahora mismo si gustas o mañana.
—Mañana estaría bien. Tengo que organizar algunas cosas con la persona que cuidará a mi hijo de ahora en adelante.
—Entiendo. No hay problema.
Anya se puso en pie y extendió su mano hacia donde estaba Zair, quien la agarró de inmediato y le dio un suave apretón.
—Hey, ¿qué tal te fue? ¿Fue alguien malo contigo? —Jessica la agarró del brazo y la alejó un poco de los otros empleados—. Si te asustó, puedo hacer que te quedes aquí en el trabajo.
—Empiezo mañana de manera definitiva. Iba a comenzar hoy, pero tengo que ponerme de acuerdo con la persona que cuidará de mi hijo antes de que sea tarde.
—Tienes un hijo. ¿Cuántos años tienes?
—Estoy próxima a cumplir veintinueve.
—Te ves como una mujer de dieciocho años —observó, y Anya no pudo evitar sonrojarse—. No te quito tu tiempo, ya que tienes que hacer varias cosas. Sin embargo, me alegro mucho de que tengas este trabajo.
—Aunque sea temporal, gracias.
Anya salió de la empresa y se metió en su auto. Condujo hasta unas calles más abajo, se detuvo un momento junto a la acera y se puso a llorar como una mujer herida.