Capítulo 4

Tenerlo cerca fue una completa tortura. Ni siquiera la reconoció. Y ella no podía dejar de pensar en que él iba a reconocerla después de tantos años sin verse, mas no resultó como quería.

Zair no recordaba absolutamente nada de ella, ni siquiera las noches en las que lo ayudó a dormir porque él no podía hacerlo solo, y mucho menos recordaba las promesas que se hicieron en el pasado. Ella lo conoció en una fiesta de hotel. Era una empleada. Por supuesto, él era un hombre con mucho dinero. Una cosa llevó a la otra y esa misma noche se entregó a un desconocido que le juró muchas cosas que no fueron cumplidas porque tenía enemigos que la usaron como cebo.

Se limpió las mejillas y buscó su teléfono para ver la hora. Todavía quedaba mucho tiempo para ir a buscar a su hijo a la escuela, por lo que no tenía más opción que irse a casa a pasar el rato y revisar los documentos que tenía que entregar para el proyecto que haría durante unos meses con Zair en la misma oficina. Después de hacer algunas cosas en la casa, fue en busca de su hijo a la escuela. Lo encontró solo.

—Buenas tardes, mamá. —Zaid besó su mejilla—. ¿Cómo te fue en el trabajo?

—Bien. Ponte el cinturón de seguridad, por favor.

Al día siguiente, hizo la misma rutina con su hijo; lo dejó en el instituto y prosiguió a marcharse a la empresa para iniciar su nuevo día como si nada. Era algo con lo que tenía que luchar y con lo que tenía que vivir desde ese momento. Necesitaba dinero, y no había manera en la que pudiera conseguirlo, a menos que trabajara en algún lugar para ser dama de compañía, un trabajo que ella no haría porque quería darle una buena imagen a su hijo.

—Eres muy puntualdijo Jessica en cuanto la vio entrar—. Espero que tu trabajo sea estupendo.

—Espero que sea de su agrado, porque los dejaré con la boca abierta cuando lo vean.

—Eres una persona muy extraña.

—Es algo que me dicen muy a menudo, y tengo que vivir con eso.

—Entiendo.

Jessica la dejó en su nueva oficina, la cual, por alguna razón, terminó compartiendo con Zair. Aquello sería un enorme problema con las mujeres que quizá estaban detrás de él. Vio los planos en 3D del videojuego e hizo una mueca al ver tantos errores nada más en el primer vistazo. Como Zair no estaba en la oficina, apagó las luces un momento para ver mejor la maqueta, no sin antes cerrar el gran ventanal para quedar a oscuras.

Era algo enorme, que tal vez se tomaba mucho tiempo en arreglar. Era buena en eso de los videojuegos, ya que estudió diseño gráfico, animación e hizo algunos cursos técnicos. Sostuvo la libreta que estaba junto al escritorio, escrutó los fallos y los anotó todos para luego hacer las mejoras a su manera más dinámica.

Ella ni cuenta se había dado de que Zair había entrado a la oficina con dos bolsas de comida, una para él y la otra para ella, por si de casualidad tenía hambre, pero se encontró con la maravillosa vista de una mujer que no esperaba que nadie le dijera lo que debía hacer para realizar el trabajo.

—Estás muy entretenida. —Saltó en su lugar y dejó caer la libreta—. Ni siquiera te dije que podías hacer los arreglos.

—Lo siento, pero esto no podía quedarse sin los arreglos necesarios —señaló la maqueta—. Voy a encender las luces.

—Puedes dejarlas así, no me molesta que nosotros estemos de esta forma. La luz de la maqueta es suficiente para que podamos ver sin complicaciones.

—¿Ver?

—Traje el desayuno de ambos, y no puedes negarte a comerlo conmigo. —Zair levantó las bolsas—. Me temo que no está permitido que lo hagas y, como soy tu jefe, tienes que seguir mis órdenes.

—Eso ya es abuso de poder, pero, como tengo hambre, supongo que me dejaré llevar por esa orden.

—Es una buena elección.

Zair movió las cosas que estaban sobre su escritorio y colocó las dos sillas un poco más juntas antes de indicarle que podía sentarse y agarrar una de las bolsas con la comida. Ella las miró. En cuanto notó los tomates, puso esa bolsa lejos de ella y dejó que Zair se los comiera.

—Eres una quisquillosa con los pobres tomates. —Rasgó uno de los extremos de la bolsa que ella no quiso—. Buen provecho.

—Gracias, pero nunca me han gustado los tomates. Son algo asquerosos.

—Entiendo. El tomate no te gusta. Anotado.

—No tiene que hacer este tipo de cosas por mí todo el tiempo. Ya ha hecho mucho. Me temo que…

—No te voy a cobrar la comida. —Agarró sus manos, y ella se asustó por lo repentino que fue todo—. Puedes estar tranquila. Tómalo como algo bueno. —Lo miró sin entender—. Esto es algo que tú de seguro querías comer. Saliste sin desayunar de tu casa por venir temprano. —Ella asintió—. No lo hagas, por favor.

—¿Entonces a qué hora tengo que venir al trabajo?

—Una hora más tarde. Dijiste que tenías un hijo. Creo que no es conveniente que él se levante temprano o que le guste hacerlo.

—Mi hijo se levanta antes que yo todos los días, pero le caerán bien unos minutos más tarde.

—Bien, eso es un avance. —Zair le pasó dos vasos de jugo—. Escoge. Uno de los jugos tiene avena. —Ella sujetó el que tenía avena—. Otra cosa que tengo que anotar de ti.

—No acostumbro a desayunar en las mañanas. Lo siento.

—No tienes por qué sentirte mal. No te lo dije para que pongas esa cara. —Estiró su mano para tocarla. Sin embargo, Anya se alejó de inmediato—. Error de mi parte.

—No me gusta que otras personas me estén tocando. —Hizo una mueca—. Comamos, por favor.

La única razón por la que no quería que la tocara era porque temía ponerse a llorar por el hombre que había estado amando durante diez años.

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