44. Reencuentro.
No pude evitar sentir una extraña mezcla de emociones que me embargó por completo. El cuerpo de mi hermano era grande y fuerte, pues lo recordaba bien. Lo recordaba de los tiempos en los que jugábamos en el callejón, en los que su fuerza siempre era bienvenida para ayudarme a alcanzar los frutos más altos, en las ramas más recónditas del pequeño barrio a las afueras de la ciudad donde nos habíamos criado.
Reconocí su aroma. Prácticamente pude reconocer el calor de su cuerpo, que me invadió en ese momento. Máximo permaneció en un discreto segundo plano, observando todo con curiosidad. Yo nunca le había mencionado nada sobre mi hermano Arturo; no había sido parte del pasado de mi vida que yo había abandonado. Pero ahora había regresado, estaba ahí.
Cuando se apartó para verme, pude ver en sus ojos el reflejo de los ojos de mi propia madre, verdes como una esmeralda. Aquella visión me recordó inmediatamente la alucinación que había acabado de tener con mi propia madre. No era el mejor mo