20. Dudas.

Cuando salí de la ducha, observé a Máximo acostado en la cama.

No sabía qué sensación dejar que fluyera en mi cuerpo: el miedo, la ansiedad o también la tristeza. Porque era un hecho que el hombre había entregado por mí años enteros, a cuidarme y protegerme como si de verdad fuera su esposa, a velar también por la seguridad de mi hijo, que, aunque desde siempre supo que él no era su padre biológico, se lo llamaba papá.

Máximo… me pregunté, mientras me secaba el cabello a los pies de la cama observando su cuerpo dormir plácidamente sobre mi cama.

¿Si tal vez debía haberle dado una oportunidad?

Mis ojos se posaron en su expresión relajada.

Era, sin duda, un hombre sumamente atractivo, bastante erótico, que sin lugar a dudas al principio producía en mí una extraña confusión de emociones: un erotismo punzante y también una “sensación de seguridad” que cualquier mujer hubiera matado por tener.

Pero la sombra de Santiago seguía apareciendo en esos momentos, dificultándome la respiración.

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