126. Gabriel.
Me quedé paralizada en el lugar, dándole la espalda al hombre que estaba allí. Para que haya más profunda y misteriosa, completamente enmudecida, el corazón latiendo con tanta fuerza que podía sentirlo fuerte en mis oídos. Podría sentir como la sangre me inundaba la cara y el cuerpo que completa. Cuando me armé el valor suficiente para voltear a mirarlo, no pude respirar; era como si todo el aliento de mi cuerpo se hubiera escapado.

Entonces, cuando me volví por completo, lo vi ahí, de pie, como si hubiese entrado por la ventana, silencioso un gato. Tenía la piel blanca como yo al llegar a la luz de la luna, con un toque amarillento por las luces de la ciudad que le daban un brillo cadavélico. Tiene una enorme secación en el rostro que indicaba que había perdido uno de sus ojos, que estaba completamente blanco, como si fuese un trago de leche, con mi mismo color de cabello y apenas un poco más alto que yo. Cualquiera que nos viera les resultaría imposible no darse cuenta de la enorme p
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