Cap. 250: Una esposa fugitiva. Un abogado prohibido.
La tenue luz del amanecer se filtraba por las persianas cerradas del hospital mientras el monitor cardíaco marcaba un pitido constante. En la cama, Richard comenzaba a recuperar la conciencia. Sus párpados temblaron, su rostro se contrajo en una mueca de incomodidad, y un quejido gutural brotó de su garganta.
—Tranquilo, señor Crowe… —dijo una voz grave—. Está usted en el hospital. Está a salvo.
La silueta de un médico de bata blanca se acercó al borde de la cama. Junto a él, dos agentes del FBI lo observaban con frialdad. Richard abrió los ojos con esfuerzo, aturdido, confuso. Intentó moverse, pero el dolor lo paralizó.
—¿Qué… qué me hicieron? —balbuceó con la voz ronca.
El médico intercambió una mirada con los agentes, luego suspiró con profesional distancia.
—Recibió un impacto de bala a corta distancia en la región genital. La hemorragia fue severa. Hicimos lo posible… pero el daño era irreversible.
Richard lo miró sin entender, su mente aún nublada por la anestesia.
—¿Qué… quiere