Él día había amanecido fresco. Los árboles que se mostraban por la ventana se movían con suavidad gracias al suave viento. Alisson abrió los ojos con lentitud y miró todo a su alrededor. Definitivamente no estaba en su casa y muchos menos en aquel hotel en Montauk. Se sentó en la cama tratando de ordenar sus pensamientos, pero cuando puso sus palmas en el colchón sintió una pequeña pierna. La quitó con rapidez y afincó la otra y sintió una pequeña mano. Miró hacia abajo y unos cabellos rojizos estaban esparcidos por toda la cama.
—¡¿Y estos niños?! —exclamó saliendo de la cama con rapidez y caminando hacia atrás sin comprender una mierda.
—Son tuyos —una pequeña voz se hizo notar y Alisson se volteó para ver de dónde provenía.
Unos hermosos ojos verdes la veían con intensidad. Era Mateo, estaba sentando con una pijama azul rey y con el cabello negro cayendo por su frente mientras veía un libro ilustrativo.
Entonces, Alisson recordó lo que había pasado. Cómo le había pedido a Christo