Christopher ajustó los puños de su camisa blanca con manos firmes pero tranquilas. La corbata negra ya estaba en su lugar, perfectamente simétrica. En el gran espejo de la habitación que alguna vez fue de su abuelo, se veía distinto. Más maduro. Más seguro.
Hoy era su boda.
Una sonrisa se le escapó al pensar en Alisson. Recordaba el primer beso, su risa aguda que siempre lo desarmaba, la forma en que fruncía el ceño cuando estaba concentrada, como si el mundo no existiera fuera de su pequeña burbuja. Y ahora... ahora sería su esposa.
«Por segunda vez»
El corazón le latía con fuerza, pero era un ritmo limpio, entusiasta.
Cruzó el pasillo alfombrado de la mansión Langley, dejando atrás la habitación. Se detuvo frente a la puerta de roble del despacho de su abuelo Austin. Hacía tiempo que no entraba. Desde la muerte de su padre.
Giró el pomo y entró.
El olor a cuero envejecido, madera pulida y tabaco aún colgaba en el aire, como si Austin hubiera salido apenas unos minutos antes. La luz