Los segundos, los minutos, las horas… pasaron como aire.
Elisson bajó del auto con el corazón galopando en el pecho. No podía esperar más. Apretó el ramo entre sus dedos, intentando que sus manos dejaran de temblar. El vestido rozaba el suelo, pesado de tanto nervio acumulado. Elizabeth descendió tras ella, preocupada. Pero fue Alisson quien avanzó primero hacia las puertas de la iglesia.
La fachada de piedra clara se erguía imponente, adornada con flores blancas y cintas que ya empezaban a marchitarse bajo el sol de la tarde. Algunos pétalos se deshacían entre el viento, como si también comenzaran a rendirse.
Alisson frunció el ceño.
—¿Dónde está Christopher? —preguntó apenas entró, girando el rostro en todas direcciones.
El interior de la iglesia estaba… extraño.
Los músicos guardaban sus instrumentos.
Un par de niños correteaban por los pasillos, ignorados por los adultos que conversaban en murmullos apagados.
El sacerdote miraba el reloj por tercera vez, inquieto.
Alisson sintió q