El suave murmullo del televisor encendido hizo que los ojos de Alisson se abrieran lentamente. Habían pasado tres días desde que llegó a la clínica y aún no la habían dado de alta. Elizabeth reposaba a su lado, tal como se lo había prometido. Estaba dormida, con los cabellos castaños y largos cubriendo parte de su rostro. Alisson desvió la vista al televisor y casi se atragantó con su propia saliva al ver las imágenes que se mostraban ante ella.
«Eran sus diseños».
Estaban siendo presentados como si pertenecieran a Aniela, y, como siempre, Christopher estaba a su lado.
—Ni siquiera le importa que yo esté aquí; se fue a celebrar un triunfo que ni siquiera es de su amante —dijo con indignación mientras las lágrimas volvían a caer por su rostro.
Las apartó rápidamente. No valía la pena llorar por él, menos aún después de lo que había hecho. ¡No tenía perdón, ni siquiera de Dios, y menos lo tendría de ella! Suspiró, tocó el control y apagó el televisor para luego levantarse e ir hacia