Un abuelo Sinvergüenza

Christopher prácticamente tuvo que arrastrar a Ryan del hotel Riviera.

El hombre, empeñado en seguir a Austin y Celia hasta “el lugar privado”, se aferraba a las columnas, se tiraba contra las sillas y murmuraba que se estaba perdiendo “la mejor parte de la misión”. Christopher, con la paciencia agotada, lo sujetó del cuello del saco y lo empujó hasta la salida.

—Ya basta, Ryan —gruñó con la mandíbula apretada—. Esto no es una película de espías. ¡Es la cita de mi abuelo!

—¿Y? —replicó Ryan con tono dramático, casi jadeando—. ¡Precisamente por eso! No entiendes lo histórico que es esto. pensé que Austin Langley no tenía corazón y la realidad es que lo tiene.

Christopher lo empujó dentro del auto y dio la orden al chofer. Durante el camino de regreso, Ryan no dejó de protestar, como un niño al que le habían quitado su juguete favorito.

—Te juro que nunca te lo voy a perdonar. Hoy era el día, Chris. Hoy podíamos haber documentado la resurrección romántica de Austin Langley.

Christopher
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