Alisson no se movió de inmediato. Permaneció en el umbral del salón, respirando con dificultad, mientras sus ojos recorrían cada detalle de la escena. La botella de whisky estaba a medio terminar sobre la mesa, con una copa al lado, caída, formando un charco oscuro sobre la madera. Christopher estaba tendido en el sofá, inmóvil, con la piel perlada de sudor y la respiración lenta, demasiado lenta. Su inconsciencia no era la de alguien ebrio, sino la de alguien drogado.
El dolor en el pecho se mezcló con un entendimiento frío. Esto no era un engaño voluntario. Era una trampa.
Alisson apretó los dientes, tragando las lágrimas que querían desbordarse.
Un movimiento la hizo fijar la vista en Aniela. La mujer se incorporó lentamente, arrastrando la sábana hasta cubrirse. Sus ojos brillaban con un destello de malicia satisfecha.
—Siempre fuiste utilizada, Alisson —dijo con un tono suave, venenoso—. ¿De verdad nunca lo entendiste? Tú solo eras un títere en nuestras manos. Christopher y yo