La puerta automática de la clínica se abrió con un zumbido. Afuera, la tarde tenía un aire distinto: más ligero, más real. Christopher sostenía la mano de Alisson como si esa fuera la única certeza que le quedaba en un mundo donde nada parecía estable. Ella sonreía, con los ojos aún húmedos, y su vientre se adivinaba bajo el abrigo claro.
Él sacó el teléfono del bolsillo y, sin pensarlo demasiado, marcó el número de Elizabeth. La llamada fue contestada rápido como si la estuviera esperando.
—¿Alisson? ¿Christopher? ¿Qué es hija dime? ¡Me tienes en ascuas!
Alisson tomó aire, y con esa dulzura que la caracterizaba soltó:
—Mamá… es una niña.
Hubo un silencio breve, seguido de un sollozo contenido. Elizabeth rompió en lágrimas de alegría, incapaz de ocultarlo. Michael, a su lado, preguntaba una y otra vez qué ocurría, hasta que ella le pasó el teléfono. Christopher intervino, con un tono grave que apenas disimulaba su emoción:
—Será otra princesa en esta familia.
Michael se rió nervioso