Christopher permaneció inmovil, con los ojos grises clavados en el suelo unos segundos. Había abierto la boca para hablar, pero la cerró sin lograr articular palabra. El peso de la propuesta lo había dejado inmóvil, como si llevara siglos procesándola en silencio.
Respiró hondo, intentando ordenar la tormenta en su cabeza. Alzó la mirada hacia Christian, que lo esperaba firme, sin parpadear, con la misma seriedad con la que acababa de entregarle aquel ofrecimiento.
—Christian, yo… —dijo al fin, con voz baja, rasposa—. Me cuesta mucho soltar el apellido Langley. Yo…
No terminó la frase. Su voz se apagó en el aire, arrastrada por un suspiro que lo dejó vacío.
Un silencio espeso se extendió en el salón. Fue entonces cuando Jackson intervino.
—Piénsalo, hermano —dijo, rompiendo la quietud con un tono más suave que de costumbre. Sus ojos oscuros se clavaron en Christopher con un brillo que mezclaba comprensión y deseo de cercanía—. Piénsalo bien.
Christopher giró apenas el rostro hacia él,