El hombre frente a Christopher llevaba un traje negro hecho a medida que se ajustaba a su figura de una forma impecable. Su cabello, negro como el ébano, caía desordenadamente en mechones con algunos destellos blancos que contrastaban con la oscuridad de su melena, creando un aire de sofisticación que, a la vez, parecía ocultar una historia extraña detrás de esos ojos profundos y oscuros.
Langley echó los hombros hacia atrás, intentando mantener la compostura. Al hacerlo, se dio cuenta de que las dos estaturas compaginaban de manera curiosa, lo que lo llevó a fruncir el ceño al descubrir que eran exactamente del mismo tamaño. Esa simetría le resultaba inquietante.
—¿Quién eres tú? —preguntó Christopher, incapaz de disimular su confusión.
—Christian Davis, fui amigo de tu padre —dijo el hombre, tragando en seco, como si esas palabras le costaran.
—¿Davis? Entonces eres…
—Sí, soy el padre de Jackson —exclamó el hombre, con el rostro pálido por alguna razón que Christopher no lograba