Alisson sintió cómo un frío intenso le recorrió la espina dorsal. Los ojos de Nathan brillaban con una intensidad que dolía, que quemaba. Abrió la boca y luego la volvió a cerrar. No era capaz de decirle a su hijo que sí, que Christopher era su padre. No por cobarde, sino porque ese maldito hombre no merecía saber absolutamente nada de sus hijos, y sus hijos no merecían un padre como él: tan ruin, tan cruel. Apretó los ojos, sintiendo cómo el aire frío del acondicionador refrescaba su cara y le daba el pequeño alivio que necesitaba.
—Hay cosas que es mejor no saber, mi amor, no ahora —susurró con voz baja—. En algún momento hablaré contigo de tu padre, pero aún no es el momento. ¿Puedes entenderlo? —preguntó, sabiendo perfectamente que la mente de su hijo podía procesar sus palabras.
Y tenía razón; a pesar de los escasos tres años de su hijo, él lograba entender mucho más de lo que otros creían. Nathan entendió que la identidad de su padre era algo mucho más importante que solo un no