La encontré

Ethan permaneció sentado apenas un segundo más, como si el pulso del sitio le hubiera congelado las entrañas.

Luego se puso de pie de un salto, la silla chirrió contra el suelo y él caminó con pasos cortos y decididos hacia la consola donde su secretario revisaba las imágenes.

El hombre al otro lado de la mesa apuntó a una de las pantallas con el gesto en el monitor, la sombra de un sujeto alto cruzaba la entrada principal de la mansión Santillán, envuelta por la oscuridad nocturna y por la luz amarilla de un automóvil.

—Envíame la dirección de ese hombre —ordenó Ethan sin rodeos.

El secretario lo miró fijamente, la expresión cambiando de sorpresa a algo que olía a alarma contenida.

—Señor… no le he dicho todo —respondió con voz baja, como si temiera que alguien los escuchara a través de la pared—. Ese hombre que usted ve en pantalla no es el dueño del asunto. Es un intermediario. Es quien se encarga de… de vender.

Ethan abrió los ojos como quien recibe un golpe. La palabra quedó su
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