El día siguiente amaneció con un cielo despejado y una brisa suave que entraba por los ventanales de la habitación. Me vestí con calma, eligiendo un vestido sencillo de tonos claros. Quería que todo pareciera natural, como si realmente solo se tratara de una salida familiar más. Diana estaba emocionada. Daba saltitos alrededor de mí mientras me ayudaba a elegir unos pendientes, sin dejar de hablar del helado que pensaba pedir. Yo le sonreía, aunque por dentro, algo se revolvía con inquietud.
Cuando bajamos al vestíbulo, Axel ya nos esperaba. Iba vestido con elegancia, pero relajado, como si quisiera mostrar una versión más casual de sí mismo. Me ofreció su brazo con una sonrisa encantadora y luego tomó la mano de Diana.
—¿Listas? —preguntó con ese tono suave que usaba cuando quería parecer el esposo perfecto.
Asentí, y salimos juntos por la gran puerta principal.
Pero entonces... me detuve en seco.
Abrí los ojos como platos al ver lo que nos esperaba afuera. Una decena de hombres vest