—No, mamá, debes estar en un error. No creo estar embarazada. Esto es solamente por algo que comí esta mañana, me ha hecho daño —digo desesperada, tratando de que me crea. —¿Me crees idiota, acaso, Carolina? —responde con frialdad, entrecerrando los ojos mientras me observa con desdén—. Reconozco muy bien los síntomas de un embarazo, no me vengas con excusas baratas. Ven conmigo de inmediato. Sin darme tiempo a replicar, me sujeta del brazo con fuerza y comienza a arrastrarme hacia el auto. —Iremos al hospital a hacerte un chequeo. Como verás, no me trago ese cuento de que comiste algo que te cayó mal —prosigue con voz tajante, sin molestarse en disimular el desprecio que siente por mí. Durante el trayecto, su silencio se vuelve más pesado que sus palabras. Sé que me juzga, que desde el principio nunca me aceptó como digna para su hijo. Y ahora, su mirada lo confirma: piensa lo peor de mí. Pero todo cambia al llegar al hospital. Trago hondo cuando el médico aparece con los result
Leer más