Capituló 2 - Su crueldad

POV: Carolina Langford

Desperté al día siguiente sintiéndome desanimada. No tenía fuerzas para nada; los ojos me ardían de tanto llorar. Recordar aquella imagen que Axel me había enviado hacía que los pedazos rotos de mi corazón dolieran aún más.

—Él había clavado el último clavo sobre mi ataúd con esa fotografía.

No entendía cómo el hombre que solía ser tan amable y dulce conmigo se había transformado, de la noche a la mañana, en el verdugo que apuñalaba y desgarraba mi alma una y otra vez.

Solo sabía una cosa: a pesar de todo, debía seguir adelante. Mi matrimonio con Axel había terminado, pero mi vida continuaba.

Se habían acabado los días en los que vivía del dinero de Axel. Durante dos años, él fue quien me mantuvo; me acostumbré a esa comodidad, a no preocuparme por el trabajo. Dejé la universidad cuando me casé, pensando que ya no la necesitaría. Pero ahora... ahora todo era diferente.

Pasé los siguientes cuatro días buscando empleo sin éxito. Caminé por calles desconocidas, entregando currículums en cafeterías, tiendas, oficinas... En cada entrevista sentía cómo me evaluaban con la mirada antes siquiera de revisar mis datos. Al enterarse de que no tenía un título universitario, muchas puertas se cerraban con sonrisas forzadas y promesas que nunca llegarían. Algunas veces me decían que me llamarían; otras, simplemente me ignoraban.

Era frustrante, agotador. Me sentía invisible. Pero no pensaba rendirme. Quería demostrarle —y demostrarme— que podía tener una buena vida sin su ayuda.

Fui directo al baño y me di una ducha. Me puse lo primero que encontré. Mi ropa no era nada extravagante, más bien modesta, pero al menos me hacía sentir presentable.

Me até el largo cabello color avellana en una coleta alta y salí del chalet, donde me esperaba un taxi. Me dejó en el centro de la ciudad.

El día anterior había solicitado un empleo en un restaurante de lujo. Me dijeron que debía presentarme temprano con mi currículum en mano. La verdad, estaba bastante feliz, pero también preocupada. Necesitaba ese trabajo con urgencia, y si me rechazaban una vez más, no sabía qué haría.

Al llegar, una señorita bastante alta y elegante me recibió y me llevó al interior del restaurante.

Me preguntó sobre mis experiencias laborales anteriores y si tenía conocimientos en el área.

La verdad, no tenía experiencia, pero aun así asentí. Para ser mesera —suponía— no se necesitaba mucho.

Me dieron una semana de prueba. En ese tiempo, me esforcé al máximo: era la primera en llegar y la última en irme. Fui amable con los clientes, y muchos pedían que fuera yo quien tomara sus pedidos. ¿Qué podía decir? Estaban encantados conmigo, especialmente los dueños del lugar.

Sin embargo, me sentía extrañada. Axel no me había llamado para ir al registro civil. Una vaga felicidad me invadía al pensar que quizás él quería arreglar las cosas conmigo.

Cuando recibí mi primer salario, me sentí eufórica. No era mucho, pero sí suficiente para sentirme autosuficiente. Ya no me sentía como un estorbo.

Cuando vivía con Axel, solía sentirme como una inútil, como un adorno más en esa gran mansión. Axel era uno de los empresarios más importantes y acaudalados de Ciudad del Sur. No podía ayudarle en los negocios, así que pensé que encargarme del hogar era la mejor forma de agradecerle por todo lo que había hecho por mí. Ahora, solo podía decir que había sido una completa idiota al creer que un hombre como él realmente se había enamorado de mí.

—Carolina, atiende la mesa seis, por favor —me dijo la gerente del lugar, sacándome de mis pensamientos. Asentí de inmediato y, al llegar a la mesa indicada, mi cuerpo se paralizó al ver a mi suegra sentada elegantemente, escudriñando mi cuerpo de arriba abajo con su mirada desdeñosa.

—Carolina, ¿se puede saber qué significa esto? ¿Qué carajos haces trabajando aquí?

—Si alguien cercano a nosotros te ve, sería una vergüenza. Saber que la joven señora de la familia Won trabaja de mesera en un restaurante...

—Dime una cosa, ¿acaso Axel no te da lo mejor? ¿No te atiende lo suficientemente bien? Entonces, ¿por qué has decidido trabajar?

—Mamá, puedo explicarte. No es lo que crees. Supongo que Axel no te ha dicho nada...

—¿Y qué tienes para decirme? —preguntó, alzando una ceja.

—Él y yo nos hemos separado. Estamos en proceso de divorcio —dije, con un nudo en la garganta.

La expresión en su rostro cambió por completo. Primero abrió los ojos, sorprendida, como si no pudiera creer lo que acababa de oír. Pero luego, poco a poco, sus labios se curvaron en una sonrisa apenas disimulada.

Se tapó la boca con una mano, como si intentara ocultar su emoción, aunque no lo logró del todo. Sus ojos brillaban, no de tristeza ni preocupación, sino de satisfacción. Le alegraba mi desgracia. Lo supe en ese instante.

—Vaya… —murmuró con fingida lástima—. Qué pena, Carolina… aunque, sinceramente, no me sorprende.

Su tono me heló. Me sentí expuesta, vulnerable. Como si ya no tuviera ningún valor para ella ahora que Axel ya no estaba a mi lado.

No pude evitar recordar uno de esos días en los que su desprecio quedó más claro que nunca. Fue poco después de que Axel y yo nos casamos. Estaba sola en casa, preparando la comida, cuando ella apareció sin avisar. Abrió la puerta como si fuera dueña del lugar, dejando tras de sí la estela de su perfume fuerte y penetrante.

—¿Me alegra encontrarte sola aquí? —preguntó, con una mirada fría.

—Axel tuvo una reunión. Regresa más tarde —respondí, intentando sonar amable.

Me observó de pies a cabeza, tal como lo hacía ahora, con esa expresión de asco contenida.

—Sabes, nunca entendí qué vio Axel en ti —dijo sin preocuparse por ocultar su desprecio—. Vienes de una familia pobre, sin educación, sin clase… No te mereces a mi hijo.

Me quedé sin palabras aquel día. Solo apreté los labios y asentí, con el corazón encogiéndose. No supe cómo responderle.

Volver a verla ahora, con esa misma expresión de superioridad, era como revivir esa humillación.

—Así que mi hijo al fin decidió separarse de una inútil como tú. No sabes lo feliz que me hace saberlo. Aun así, debo pedirte que renuncies. No se ve bien que la exesposa de mi hijo esté trabajando de mesera. Eso nos daría una muy mala imagen —dijo mientras yo apretaba el menú que tenía en las manos.

—¿No dices nada? ¿Te quedarás callada? —murmuró, perdiendo la paciencia.

No sabía si eran sus crueles palabras o el olor a comida del restaurante, pero empecé a sentirme mareada y con náuseas. De inmediato, salí corriendo, tapándome la boca para retener el vómito.

En la acera, vomité todo lo que tenía atorado en la garganta.

—¡Carolina! ¿Qué sucede? ¡Oh, por Dios, estás vomitando!

—¿No me digas que estás embarazada?

La escuché y, de inmediato, mis ojos se abrieron ante la mención de ese problema… porque eso era lo que consideraba: un problema.

Axel jamás permitiría que yo tuviera a su bebé.

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