Dos días después, el cielo de Ciudad del Sur estaba despejado, pero el calor pesado se sentía incluso dentro del aeropuerto privado.
El avión privado de Axel aterrizó con suavidad en la pista. Apenas se detuvo por completo, las puertas se abrieron y la escalerilla descendió lentamente.
Axel fue el primero en bajar. Llevaba puestos unos pantalones negros, una camisa blanca con las mangas remangadas y unas gafas de sol oscuras que ocultaban sus ojos. Su porte era imponente, frío y elegante, como siempre. Bajó los escalones con paso firme, sin mirar hacia los lados.
En la pista lo esperaba Tyrone, su asistente personal. Vestido con traje gris claro, corbata perfectamente ajustada y una carpeta de documentos bajo el brazo. A su alrededor, cinco autos negros de vidrios polarizados formaban un semicírculo, listos para escoltarlo.
En cuanto Axel puso un pie en tierra, Tyrone se adelantó, abriendo los brazos en un gesto de bienvenida.
—Bienvenido a casa, señor Axel —dijo con voz firme, inclin