Me quedé ahí. Sentada frente a la pantalla, con los correos abiertos como heridas recién hechas.
Tatiana. Ese nombre. Cada vez que lo leía, algo dentro de mí se estremecía, como si una parte dormida de mi mente intentara despertar.
Pero no lo lograba.
Sentía un dolor sordo en el pecho, uno que no tenía forma ni nombre, solo peso. Una presión constante, como si alguien estuviera sentado sobre mi pecho, impidiéndome respirar con libertad. No era solo celos. No era solo rabia. Era algo más profundo.
Era una especie de angustia que nacía en los bordes de mi memoria, como un eco lejano que intentaba abrirse paso a gritos.
¿Quién era ella?
Mi mirada volvía una y otra vez a la pantalla, esperando que las palabras dijeran más de lo que decían. Pero no. Solo eran ruegos. Suplicas desesperadas. Amor manchado de necesidad.
Y cada una de esas frases me arañaba la mente.
"No puedo vivir sin ti"
"Regresa, por favor"
¿Por qué esas palabras me dolían tanto? ¿Por qué sentía que no eran nuevas para mí?