Crucé el pasillo con el corazón retumbando en mi pecho como si quisiera salirse. Cada paso se sentía más pesado que el anterior. Era absurdo, lo sé. Había soñado tantas veces con este momento. Con verla despierta. Con tener a nuestro bebé en brazos. Con Diana a nuestro lado, riendo, feliz. Pero ahora… ahora sentía un miedo que me carcomía por dentro.
¿Y si me miraba con odio otra vez?
¿Y si, justo cuando todo parecía en calma, recordaba?
Me detuve frente a la puerta. Mi mano temblaba cuando la llevé al pomo. Respiré hondo. Cerré los ojos solo un segundo. Me obligué a pensar en ellos. En mi hijo. En ella. En Diana. Y entonces… abrí.
La imagen que me recibió me hizo olvidar todo.
Ahí estaba Carolina. Sentada en la cama, con el cabello suelto cayéndole sobre los hombros, algo despeinada, con el rostro pálido pero hermoso como siempre. Tenía al bebé en brazos, envuelto en una mantita blanca, con ese tono rosado que tienen los recién nacidos. Y a su lado, de pie sobre una silla, Diana esti