Salí de la habitación sintiendo que me faltaba el aire. El pasillo estaba en silencio, solo interrumpido por el lejano zumbido de máquinas y el ocasional pitido de monitores. Caminé hasta el final del pasillo, donde una ventana dejaba entrar la tenue luz de la noche. Apoyé la frente contra el vidrio frío, buscando un poco de calma, algo que me hiciera sentir otra vez en control.
Pero no había control.
Todo se me escapaba de las manos.
Cerré los ojos. Su voz todavía resonaba en mi cabeza.
“¿Dónde está nuestro bebé?”, me había preguntado con una dulzura que me había desgarrado por dentro.
Esa no era la voz de la mujer que me había gritado horas antes, con un odio tan profundo que aún podía sentirlo pegado a mi piel.
Me había mirado como si quisiera borrarme del mundo.
Pero ahora… me había mirado como antes. Como cuando todo estaba bien. Como cuando aún me amaba. No entendía nada. Nada tenía sentido.
Entonces escuché pasos apresurados a mi espalda. Me giré de inmediato.
—¿Darren? —pregun