Las luces del hospital seguían parpadeando sobre mí como si quisieran recordarme que el tiempo pasaba, que algo estaba por definirse. Caminaba de un lado a otro frente a la sala de partos, sintiendo que el suelo bajo mis pies no era firme, que todo podía derrumbarse en cualquier momento.
Mis pasos resonaban con un ritmo torpe y ansioso. Me pasé las manos por el rostro, por el cabello, sin saber qué hacer con ellas. No podía estar quieto. No después de lo que había pasado. No después de verla romperse de esa manera.
Carolina lo había recordado todo. Cada cosa. Cada detalle.
Y ahora estaba ahí dentro, luchando por su vida. Por la del bebé. Nuestro bebé.
—Papá… —escuché una vocecita suave a mi lado.
Me detuve en seco.
Diana estaba frente a mí. Su vestido azul celeste se veía arrugado y su cabello estaba algo desordenado, como si también hubiera sentido cada segundo de esta espera. Me miraba con esos ojos grandes y Claros que siempre me recordaban a su madre.
—¿Mamá va a estar bien? ¿Y mi