Cuando volví a mi escritorio después de aquella reunión, sentí que el mundo se había salido de eje. No solo por la presencia de Günter, que me había sacudido más de lo que quería admitir, sino por la forma en la que Cassian me ignoró. No fue desdén. Fue borrarme. Y eso… eso era mucho peor.
Alana me encontró en la cocina de la oficina diez minutos después. Yo tenía los nudillos blancos de apretar la taza de café. No sabía si iba a llorar, gritar o estallar en pedazos. Ella lo notó al instante.
—¿Qué pasó? —susurró, mirándome de reojo.
—Él estaba en la reunión —le dije, sin mirarla.
—¿Él… Günter?
Asentí. Las palabras se me habían atragantado en la garganta.
—Y Cassian… —tragué saliva— me sacó del proyecto. Frente a todos. Como si fuera una pasante sin criterio.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque sí. Porque estaba él. Porque me odia. Porque no sé. —La taza tembló entre mis dedos—. ¿Te parece poco?
Alana maldijo por lo bajo y me quitó el café antes de que lo volcara sobre los informes.
—¿Y qué vas