El día seguía con un cielo despejado, el tipo de cielo que se supone debería animarte a empezar el día con optimismo.
Pero yo no me sentía particularmente animada.
Me sentía… suspendida. Como si mis pies caminaran sobre la ciudad, pero mi mente siguiera atrapada en otro lugar. En otra vida.
Me vestí sin pensar demasiado.
Una blusa azul claro, pantalón gris, zapatos bajos.
Nada especial, nada nuevo.
Solo lo justo para estar presentable en la oficina de mi padre, donde nadie esperaba más de mí que eficiencia y educación.
Y donde, últimamente, yo estaba intentando construir algo que me perteneciera.
Tomé café de camino. Caminé las cinco cuadras hasta el edificio con los auriculares puestos, pero sin música. Solo necesitaba una excusa para no hablar con nadie. Para no ser interrumpida.
Porque toda mi cabeza, aunque intentara negarlo, seguía en ese departamento, entre las sábanas revueltas, el murmullo de una respiración que conocía bien y el peso silencioso de un cuerpo que, por primera